Lo
habitual es que poco a poco vayamos adaptando algo nuestra manera de hacer las
cosas. Ya sea porque es nuestra forma de ser, el trabajo nos lo exige o nuestros
hijos nos lo demandan, lo cierto es que, sin darnos cuenta, la tecnología se ha
ido metiendo en nuestros actos y, en la mayoría de los casos nos facilita mucho
las cosas.
Vale,
ya sé que parece que estoy exagerando, pero vamos con un ejemplo.
En
2005, cuando falleció el Papa Juan Pablo II, las personas que se acercaron al
Vaticano dirigían su mirada hacia el lugar en el que se encontraba el motivo
que los había llevado hasta allí. Algunos (muy pocos) utilizaban sus teléfonos
móviles para inmortalizar el momento sacando alguna fotografía.
Fotografía de Luca Bruno AP
Ocho
años después, quienes se acercaron al mismo sitio con motivo del nombramiento
del Papa Francisco, se situaron en la misma posición, pero en vez de presenciar
el evento directamente lo hicieron a través de la pantalla de sus dispositivos
electrónicos.
Fotografía de Michael Sohn / AP
Solo
pasaron 8 años pero puede apreciarse un importante cambio, tanto tecnológico
como en la forma de hacer las cosas. En muy poco tiempo la tecnología se ha
vuelto vital tanto para nosotros como personas, como para las empresas para las
que trabajamos.
Este
cambio se está produciendo tan rápido que, en poco tiempo, las empresas que no
se hayan adaptado van a quedar rezagadas respecto a la competencia. Ya sea
porque debemos adaptar productos, o la forma de llegar a nuestros clientes, o
la forma en que los gestionamos o analizamos nuestra información, la mejora
permanente es la única alternativa que tenemos para seguir siendo competitivos
y llegar a quien nos quiere comprar o nos necesita.
Como
decía al principio, poco a poco (y cada vez más rápido) tenemos que adaptarnos
a un proceso de cambio constante. Lo más difícil, probablemente, sea mantener
el ritmo que el mercado nos exige.
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